Y después del Apruebo ¿Otra vez el cuento de la reconciliación? Chile y su deuda con los derechos humanos
Fotografía 1. Fotografía de autoría de Tamara Vicencio R.
Escribí esta columna cuando se conmemoraba el Día Internacional del Detenido Desaparecido. Por lo mismo, me parecía relevante realizar ciertas reflexiones sobre el contexto que estamos viviendo y su vínculo con los derechos humanos. Nuestra sociedad está viviendo cambios importantes, se prepara para grandes desafíos, y hay quienes tenemos que claro que nada de esto hubiese pasado sin la participación de la gente en la calle, en sus territorios. Esto sucedió con consecuencias imborrables, las cuales nos recordaron tiempos de dictadura. Gente secuestrada por agentes de civil, mutilada, torturada, violada, otros aparecieron extrañamente ahorcados o se les impidió recibir ayuda médica en el momento, desencadenando la muerte de manifestantes. Tampoco podemos olvidar quienes aparecieron calcinados con balas en sus cuerpos, casos donde no se ha hecho una investigación seria.
Detallo brevemente estos casos, porque tengo el temor que nos suceda lo mismo que en el plebiscito del Sí y el No. Por un lado, intentaron reescribir la historia haciéndole creer a las nuevas generaciones que el fin de la dictadura se ganó con un lápiz y un papel. Ese cambio no habría sido posible sin toda la movilización de gente que puso en peligro su vida para derrocar al régimen de Pinochet. El plebiscito que aconteció hace pocos días, no habría sido posible sin todas las personas que se sacrificaron en las calles día a día sin descanso. Por otro lado, no nos olvidemos que este espacio fue finalmente cocinado por las cúpulas de poder de siempre, ante el avance de una idea de Asamblea Constituyente, ellos decidieron cortar cualquier vía de este tipo de orgánica y establecer un espacio con sus reglas. Un espacio que ya está y que hay que disputar, ojalá desbordar.
Recuerdo un conversatorio al cual asistí en la Universidad Academia de Humanismo Cristiano el año pasado, se llamaba “Filosofía, universidad y constitución”, lo expositores eran Rodrigo Karmy y Gonzalo Díaz Letelier. Una de las ideas que me quedó grabada era, justamente, la de la disputa por el espacio de poder. En relación a lo que estábamos viviendo en esos meses de revuelta reciente, ellos veían un conflicto entre potencia y poder. La revuelta ciudadana es potencia, el poder es el que intenta reprimir la potencia. Lo importante sería dar lugar a las potencias, en sus diferentes manifestaciones, no neutralizarlas. Si esto lo vinculamos al supuesto “Acuerdo por la Paz”, la tarea es disputar el espacio constitucional. Lo que se viene es el discurso intelectual reaccionario, se indicará que la revuelta no sirve para nada. Sin embargo, olvidan que la revuelta no tiene por objetivo alcanzar un fin. La revuelta es un momento de destitución, un momento de suspensión histórica. Lo que hace la revuelta es abrir un campo, un lugar de enunciación que había estado ausente (lo popular).
Por otra parte, volviendo a mis temores del plebiscito donde ganó la opción NO, es muy importante que -si queremos tener una sociedad más democrática- no demos vuelta la hoja ni transemos los derechos humanos después de terminado el proceso constituyente. Algo que se hizo descaradamente desde la llegada a la democracia hasta nuestros días. Alguien que explica bien esto es Carlos Ruiz (2000) en su exposición “Democracia, consenso y memoria: una reflexión sobre la experiencia chilena”. Para Ruiz, el concepto de la reconciliación que se trató de instalar llegada la democracia, está más cercano a la religiosidad que a lo político, ya que se impone a la verdad y a la justicia. Es decir, esto condiciona y limita cualquier acto que conduzca a la verdad y justicia, así como a la democracia misma.
“A partir de este análisis, la idea que quería esbozar es que las relaciones entre la memoria de los crímenes contra la humanidad y la democracia dependen, en primer lugar -y esto es algo en lo que no siempre se repara- del modelo de democracia en aplicación y, en segundo lugar, en la orientación hacia una democracia de consenso, a la que se suman los límites institucionales heredados de la dictadura, lo que configura un escenario particularmente poco propicio y probablemente hostil hacia un trabajo de elaboración de la memoria sobre estos crímenes que se exprese con fuerza y pregnancia en el espacio público. Esto es porque el recuerdo y el juicio de los crímenes no son elementos que puedan suscitar acuerdos, consensos y reconciliación que envuelvan incluso a los partidarios de la dictadura militar.” (Ruiz, 2000: 19)
En los acuerdos de la Comisión Rettig no estaban los grupos directamente involucrados (familiares de las víctimas), cómo podrían estar ahí si el consenso alcanzado resultaría inaceptable. No es aceptable ni política ni moralmente. Para Ruiz, resulta una imposición de política de poder, la cual no cuenta con legitimidad alguna. Esto nos interpela directamente en cómo vamos a proceder después del plebiscito, después de que el actual presidente no esté en su cargo. Claramente, intentarán dar vuelta la página y seguiremos tropezando con la misma dolorosa piedra.
Por lo tanto, si hay algo que debemos aprender es que no está mal tener conflictos, no podemos callar ante situaciones de violaciones de derechos humanos. No puede haber reconciliación sin verdad y justicia. Si eso implica grandes debates y disputas, hay que enfrentarlo responsablemente por las futuras generaciones. La falsa reconciliación de la llamada transición, nos enseñó a callar ante experiencias que requieren todo lo contrario, ser expuestas, pensadas, debatidas y, por sobre todo, que requerían y siguen requiriendo la búsqueda de la justicia.
Debemos tener en cuenta esto, la disputa no termina con el Apruebo, es una lucha larga, llena de trampas, tal como a comienzos de los 90s. Ojalá que esta vez la historia favorezca al pueblo y que con toda propiedad podamos decir “Chile despertó”.
Referencias:
Ruiz, Carlos. (2006). Democracia, consenso y memoria: una reflexión sobre la experiencia chilena. En Nelly Richard (Ed.) Políticas y Estéticas de la Memoria. Santiago: Cuarto Propio.